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Un texto recuperado, de Alejandro Dolina.
Lo que sigue es un texto publicado en la revista Mengano, en septiembre de 1974. Firmado por Trillo y Dolina, los autores filosofan con humor a partir del conocimiento astronómico de la época.
Se percibe alguna influencia o similitud con la obra de HP Lovecraft, en tanto "terror cósmico", mezclado con el lenguaje porteño, el tango y la nostalgia que han caracterizado la obra de Dolina. Se puede entrever alguna influencia de la filosofía de Spinoza.
Se menciona a un tal Louis Pauwells, que probablemente sea una referencia al periodista-escritor francés Louis Pauwels.
En el texto aparece la palabra "jailaifes", dice "los jailaifes que manejan la ciencia". Es una palabra en lunfardo que significa: "presumido, atildado". La frase "echar al coleto" creo que debe significar "guardar en el bolsillo".
Así como se reciclan los plásticos para tener una sociedad más sustentable desde el punto de vista ecológico, también es posible reciclar la cultura, los textos. Detrás del humor, hay un comentario: la astronomía nos habla de cosas inalcanzables, difíciles de pensar, cuyo significado -si es que lo tiene- es indescifrable, aunque se usen números grandes.
Ideas para reparar el Universo
por Carlos Trillo y Alejandro Dolina (los filósofos de esta cuadra)
Que el Universo fue y será una porquería es un hecho que no escapa a la percepción de ninguna persona decente. Basta con observar la realidad cotidiana, evaluar el propio destino, mensurar el estado de la condición humana o escuchar las canciones de Gian Franco Pagliaro para darse cuenta de que esto así no va.
El Universo parece estar hecho para causar la infelicidad de sus habitantes. Sus distancias intransitables, su duración inconcebible, su organización secreta son inagotables fuentes de desdichas.
Los autores de esta nota, hartos ya de observar pasivamente tanto desastre, han resuelto enojarse un poco y chillar contra las potencias universales que cortan el bacalao.
Las cosas que me molestan de ti, vida mía.
La realidad del Universo debe ser una mala noticia porque a uno se la dan de a poco. Tan absurdos son los datos que constituyen nuestra instrucción, que para que un niño los crea es necesario adornarlos con mentiras que les confieran cierta verosimilitud.
Cuando usted le dice a un pibe -su sobrino, sin ir más lejos- que las estrellas son lucecitas que están colgadas del cielo, el tipo se queda lo más chulo y hasta es capaz de repetirlo ante sus amiguitos. Pero usted dígale al mismo chico que las estrellas son masas incandescentes, millones de veces más grandes que la tierra, que la luz tarda miles de años en llegar hasta nosotros y que el sol es una estrella que está más cerca, y el pequeñuelo dirá:
-¡Este tipo está loco!
Después uno crece y con el pretexto de la cultura empieza a echar al coleto una colección de datos a cuál más alarmante.
Se entera de que el Universo tiene un radio aproximado de diez millones de años luz, uno que vive en un departamento de un ambiente.
Aprende que la tierra tiene una edad de tres mil millones de años, uno que encuentra vieja a Elizabeth Taylor.
Le dicen que la luz tiene una velocidad de trescientos mil kilómetros por segundo, a uno que se sofoca cuando corre el colectivo.
Se anoticia de que la temperatura del sol es de varios millones de grados, uno que alardea de morocho.
Toda esta información no hace más que revelar a los espíritus sensibles la primera gran calamidad del Cosmos: que no está hecho a la medida de uno. Esto produce inmediatamente la desagradable sensación de no sentirse protagonista de la Comedia Universal. Y como si esta humillación no fuera bastante, nos dicen enseguida que la tierra es una especie de poroto miserable enclavado en los arrabales del Universo.
A esta altura uno ya está hecho un trapo. Pero todavía lo van a seguir basureando al pobre cristiano, como enseguida se verá.
Que veinte años no es nada
Poco envidioso tiene que ser un hombre para no sentir que algo le pica ante la desmesurada duración del Universo. Algunos dicen que es eterno, otros que es cíclico, otros inventan guarismos enormes.
De cualquier modo esto no va para largo y pasarán más de mil años, muchos más. No quedará ni un mísero recuerdo de nosotros, ni de la mujer que nos quita el sueño, y el Cosmos seguirá imperturbable con lo suyo, sea lo que fuere.
Algunos malvados se solazan con la exposición de estas cifras perversas. Con una soltura rayana en la inconsciencia se presentan en los programas de preguntas y respuestas y, sin derramar una lágrima, nos cuentan de la existencia de lugares adonde nunca iremos, de teorías que no contemplan nuestra existencia, y todo por cinco millones de pesos.
Dicen que la distancia es el olvido.
Los jailaifes que manejan la ciencia compadrean ante los legos mostrándoles un Universo inhóspito e implacable, lleno de rayos incomprensibles, de estrellas que revientan, de cometas nómades y de regiones donde el tiempo se pianta de otra manera.
Todo esto configura un cuadro mucho más horroroso que los marcianos de la televisión, los monstruos como Drácula y los espantos de Narciso Ibáñez Menta.
Porque el peor de los temores es el terror cósmico, el que siente uno cuando sospecha que el Universo todo se rige por leyes perversas, concebidas por un espíritu maligno que ni siquiera tiene la decencia de existir. Estos tipos de la ciencia pretenden asustarnos. Y lo hacen con un malsano orgullo, como si al Universo lo hubieran hecho ellos.
Pero el cristiano macho debe resistirse a esta tentación satánica de fruncirse todo ante estas fanfarronadas astronómicas.
Un buen criollo debe comprender que la grandeza del hombre reside, justamente, en su insignificante dimensión. En aguantarse la situación injusta a que lo somete el Universo, esperando una justicia final que a lo mejor sólo existe en su corazón.
Adentro, mi alma!
A los efectos de esta nota, el Universo puede dividirse en dos partes: la de afuera y la de adentro.
La de afuera es la que hemos descripto hasta aquí sin creérnosla demasiado. La de adentro es uno. Y la primera idea para reparar el Universo es empezar por la parte de adentro. Empezar a convencerse de que si uno tiene bien puesto lo de adentro, será capaz de bancarse cualquier calamidad exterior.
El alarmista de Louis Pauwells se complace en hacer el siguiente razonamiento: ante el maravilloso espectáculo de soles que estallan, planetas que mueren y mundos que nacen, la vieja historia de A ama a B, pero B ama a C, resulta una tontería.
Momentito, Powells. Póngase en el lugar de A y después dígame si tiene ganas de ver espectáculos que en realidad no se ven, sino que se calculan. La segunda idea para reparar el Universo es valorar nuevamente las cosas pequeñas y cercanas, y anteponerlas a las cifras llenas de ceros.
Entre dos trillones y el número cincuenta y nueve, me quedo con el cincuenta y nueve, que hasta jugarlo a la quiniela se puede.
Dónde te fuiste, tango, que te busco siempre y no te puedo hallar
La verdad del Universo hay que seguir buscándola. Pero no solamente en las cifras. Debe haber otra cosa más allá de los cálculos matemáticos. Buscar la verdad es la tarea más noble que puede emprender un paisano de ley. Después de todo, el cosmos tal vez no sea tan malo como parece. Quizás en algún lugar de su inmensurable extensión exista algo que justifique la existencia de todo lo demás.
Y si nunca encontramos ese algo, paciencia. En una de esas, la verdad es la búsqueda misma.
Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.☉
Archivo Histórico de Revistas Argentinas: Mengano
Sobre las imágenes
Crédito: Mengano.
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